lunes, 8 de junio de 2009

Roger Federer: Mística y eternidad.


Por Matías Ruffet.- El objetivo era trascender más allá del tiempo, y sus lágrimas conmovieron a sus seguidores tras la derrota contra Rafael Nadal en la final del Abierto de Australia. Lejos de sostener su "cara de póker", Roger Federer lloraba ante todo el mundo. Abatido, desilusionado por no haber alcanzado a Pete Sampras en cantidad de Grand Slams obtenidos (14), el helvético dejaba a un costado su inmutabilidad y se lamentaba por no llegar a su objetivo.
Después de aquel golpe anímico, Roger no se reencontraba con sus mejores facetas dentro de la cancha y, mientras se acrecentaba la figura casi inexpugnable de Nadal, el suizo parecía caer en una peligrosa curva descendente. Sin embargo, quienes marcan una época en cualquier disciplina cuentan con una característica que los hace diferentes: la mística.
Debido a ese fuego sagrado que habita en su sangre y se traslada a su raqueta, Federer fue contra todos los pronósticos y comenzó su reencuentro con los éxitos en la previa a Roland Garros al ganar Masters de Madrid. Ante Nadal, quien se erigió en muchas ocasiones como su verdugo, Roger ganó su primer trofeo de 2009 y demostró a los exitistas que, en Roland Garros, no debería ser descartado como favorito. Aunque su nivel no era el mejor en comparación con el de otras temporadas, sumó a su calidad inalterable mayor temple en la adversidad.
Secar las lágrimas de Australia; ése era el objetivo de Federer. Que su frustación aflorara en el primer Major del año debía suplirse con un título en un torneo de la misma envergadura. Por primera vez desde 2004, el tenista con más títulos de la actualidad llegó a Roland Garros como segundo preclasificado. Los analístas, los fanáticos y hasta algunos jugadores, pensaban que la competencia era por el segundo lugar, ya que "Rafa" Nadal (cuádruple campeón), parecía invencible en la tierra batida de París. Pero un día el imperio del número 1 cayó en la tierra que supo dominar Napoleón. El domingo 31 de mayo, en el estadio Phillip Chatrier, Nadal tuvo su Waterloo ante Robin Soderling.
La caída del máximo favorito ratificaba que llegar como máximo favorito al segundo Grand Slam del año era un obstáculo. Nadal, quien por primera vez era el número 1 del escalafón mundial, quedaba fuera y fortalecía la ilusión de que Federer ganara por primera vez el único Major que le faltaba. La tensión del suizo fue indisimulable, pero a fuerza de calidad y coraje para revertir partidos difíciles, Roger arribó por cuarta vez consecutiva al partido cumbre del certamen.
A diferencia de las últimas tres ediciones, Federer no tenía enfrente a Nadal, pero quien intentaría arrebatarle la Copa De Los Mosqueteros era Soderling; justamente el verdugo de "Rafa". En el inicio del partido el marcador evidenció el peso de la experiencia: Con un primer servicio infalible y claridad para jugar cada pelota, el suizo dejaba en claro que su pulso estaba acostumbrado a las finales de Grand Slam (19). Soderling era la contraposición: Errático, sin saques ganadores ni tranquilidad, evidenciaba que estaba disputando su primera final en un Major.
El 6-1 a favor del número 2 del ránking lo ponía a un par de mangas de la gloria. La lluvia copiosa amenazaba con suspender momentaneamente el partido que Roger siempre esperó. El segundo set se equilibró, ya que Soderling comenzó a acertar con sus disparos y Federer no pudo quebrarle el saque. Después de que un intruso irrumpiera en la cancha y se dirigiera hacia el helvético, quien se quedó estático quizás sorprendido por la situación, el juego transcurrió sin mayores diferencias entre los protagonistas. La resolución llegó mediante un tie-break en el que, otra vez, la jerarquía de los contendientes fue gravitante. Con cuatro aces, Federer se impuso por 7-1 en el desempate.
La gloria se intuía. El Phillip Chatrier se convertía en el marco de un hecho histórico para el tenis. El comienzo de la tercera manga fue similar al del primer set: Federer quebró el servicio de su oponente, mantuvo el propio y se alejó en el marcador. La consagración se acercaba numéricamente y la ansiedad tensionó a Federer, quien se apresuró y debió "levantar" dos puntos para quiebre. Después de la alarma pasajera, Roger sacó con potencia, y Soderling no pudo devolver la pelota correctamente. La red se sacudió y el partido terminó.
Bajo la lluvia parisina, para Roger Federer salió el sol. Fue entonces que él lloró, otra vez. Sus lágrimas no estuvieron motivadas por una caída como la que había sufrido en el Rod Laver Arena ante Nadal. Esta vez, sus lágrimas plasmaron la conmoción y alegría que le generó haberse convertido en el máximo ganador de Grand Slams (junto a Sampras) y unirse al selecto grupo de campeones de todos los Majors (como Rod Laver, Donald Budge, Fred Perry, Roy Emerson y Andre Agassi).
Con esta nueva conquista (la 59 de su carrera), el suizo reforzó su vínculo con la eternidad deportiva. El incremento de los pergaminos de quien simboliza la habilidad y la elegancia dentro de la cancha, aportan mayores argumentos para esgrimir que, en la primera década del nuevo milenio, el mundo está ante el mejor tenista de todos los tiempos.

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